martes, 15 de septiembre de 2009
Fermata negra
Melodioso y con sabor leche, cerca de mi madre enervada por la suciedad.
Mi boca aprende a tocar, succionaba bastarda el frejol tibio convertida en manía, sangre y todo.
De repente hubieron cosas que se abrieron y tu caritatividad fue la primera.
Me ocultaste el puño y llamaste mi nombre por primera vez, eso te hace más divina, inmortal.
Gracias amor mio, yo aceptaré mi posición de concebida hasta la muerte.
Por siempre la mártir.
Mira, aprendí a tocar el piano como la perfecta bambalina en los trapecios amigdalados.
La inclinación desde tu karma, enfriaba hasta mis huesos y la caída segura y cerca pero nunca conquistada
Gritos, aplausos, el gorrión que sube y baja y no para de cantar la eterna canción.
Tenemos un día soleado y yo a tu cama sostenida quedo vendada por tu aroma a geranio, tus senos son el cielo, tus brazos las cadenas, hoy soportaría la muerte cerca.
Todo va más rápido que ayer, y las semanas santas vuelven diabólicas como enormes adoquines asementados, burdas.
Tus brazos fuertes, divino placer de la niñá ansiedad y lonches de uñas y vanidades.
Bajo las faldas me escondo, me encontrarás de todos modos, en la tierra y detrás de todas las puertas. Somos tu, y la dicha de seguir juntas como ayer.
Cerraste el miedo absurdo y cóncavo, me hablaste de las vidas extrañas de tu generación mientras yo te abría el corazón como ellas no lo harían jamas.
No soy la primera a quien llamaste hija, soy la que recibió el farol de madrugada, volteabas y decías que no estaba preparada para la luz romántica del atardecer.
Son los caminos a donde no sabías llegar, somos las huellas de la otra sin ya nada más que confesar.
Tu vientre fertil, la malicia protectora, ahoga, al viento le huyes y yo silencio, refugio y escobas, me miras y observas como si todo tuviera tu forma.
Varinia.
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Me gusta lo que has escrito.
ResponderEliminarIntenso.
ResponderEliminarSaludos...